miércoles, 25 de febrero de 2009

20 de febrero

No puedo evitar el comenzar con un par de frases que me han llamado la atención del libro “guía de tratamientos psicológicos eficaces II”. Quede muy sorprendido cuando me di cuenta de que en el tema “tratamientos eficaces en enfermos terminales”, que comencé a leer durante la adoración de hoy (quien iba a decirme que un libro así sirviera para la oración), se relataba algo que puede muy buenamente complementar a la reflexión que hice los días 17 y 18 sobre las diferentes maneras de ver la muerte en las distintas culturas; transcribo literalmente:
“En primer lugar, queremos referirnos a las actitudes frente a la muerte que se mantienen en nuestra sociedad y, por supuesto, en el ámbito sanitario. La muerte es interpretada frecuentemente como un fracaso terapéutico y como un límite al progreso, obviando su carácter natural e inevitable para toda la especie. Recuerda la finitud del ser humano y genera temores que por supuesto implican comportamientos de evitación...”
Dice mas tarde...
“...la vida nos enseña a aceptar la muerte de nuestros mayores, pero nos espanta la incongruencia de la muerte de quien todavía tiene muchas etapas por cubrir... (hablando de los mas jóvenes)”
En cuanto a la primera parte quiero reseñar brevemente un par de cosas: según vemos, señala que el ser humano en nuestra sociedad sufre temores ante la finitud del mismo cuando ve cerca la muerte pues, y esto lo agrego yo, “no esta acostumbrad a ella”. La idea frecuentemente imperante durante nuestra vida es la percepción de un progreso infinito, de una continua renovación de valores culturales, usos e incluso formas de identificación definidas como “mas validas” que las anteriores. Estos son para mi los comportamientos de evitación ante la muerte y ante la percepción de finitud impuestos por nuestra cultura, que nos hacen menos conscientes de que nuestros valores deben ir dirigidos hacia la plenitud del ser, de la persona en cuanto si misma, y no hacia la plenitud de un progreso artificial.
La segunda parte no hace sino completar a la primera. Estos comportamientos de evitación son mas frecuentes cuanto más lejos este la conciencia de muerte; esto, sumado a la percepción del tiempo que “podríamos haber tenido” para contribuir al todopoderoso progreso hace que un fallecimiento en la juventud sea mucho más doloroso.
Ahora me dispongo a seguir por lo que ayer quedo pendiente. Después de estar parte de la noche dando vueltas al tema de Marcus, decidí hacer lo siguiente antes de salir de la habitación (“por lo que pudiera pasar”): arranque una hoja de mi cuaderno, alinee dos billetes en el centro de la misma, uno de 100 y otro de 10 Birr, y la doble tres veces, quedando a la vista un simple papel, que guarde en mi bolsillo. Nada mas llegar al pasillo de las habitaciones, allí estaba el con su cara de tragedia buscándome desesperadamente; le cogí del brazo para llevarle junto a uno de los pacientes con el que solía estar para que actuara de interprete, pues este dominaba algo mas el ingles. Después de unos minutos de conversación saque en claro que las hermanas deben tener la “regla” de no dar dinero a los pacientes, algo que es comprensible a la lógica pues el ejemplo que quieren dar es el de llevar a Jesucristo al mundo a través de los mas pobres entre los pobres, y no el de “casa de subvenciones” (ese es mi razonamiento, puede que haya otro); sin embargo, creo que no es lo mismo si lo hace alguien aisladamente como lo puedo hacer yo. Tras esto me fui a hacer otras cosas diciéndole que luego le vería; me “comí la cabeza” un poco mas hasta que, llegada la hora, fui a la puerta a despedirle. Allí estaba, con su ropa de calle y una pequeña riñonera donde llevaba todo lo que tenía para “sobrevivir en la gran ciudad”; le mire y le pedí que me acompañara a despedir a Gerald, que se encontraba en la zona de los niños. Tras el emocional momento, fuimos caminando juntos hacia la calle principal; cuando ya estábamos a cierta distancia del puesto donde se encontraban los guardas, saque el papel de mi bolsillo y le dije lentamente: -toma, mi dirección y mi teléfono, para que lo guardes- mientras le llevaba su mano hacia el bolsillo del pantalón, no sea que se le ocurriese abrirlo allí mismo. Por su gran abrazo de despedida creo que interpreto que dentro de ese papel había dinero, por lo que me fui seguidamente a la zona de los niños con la conciencia tranquila (supongo). Conté a Gerald detalladamente el proceso e inventamos juegos hasta el mediodía.
La tarde la comencé en el mismo lugar en el que termine la mañana: el recinto de los niños. Estos estuvieron bromeando casi todo el tiempo debido a un gran descubrimiento que hicieron ayer: el que los blancos tenemos pelos negros en el cuerpo.
En la hora de la cena conocí a Hido (así es como suena), un voluntario japonés que lleva desde 2005 yendo de Etiopia a Calcuta y viceversa, ayudando en las casas de las misioneras de ambas zonas. A pesar de que su inglés es algo flojo, me estuvo dando unas cuantas lecciones de filosofía japonesa que pueden resumirse en: “siempre piensa antes de hacer”. Me da que este hombre va a dar bastante que hablar.
Entre sonidos de goteos de tuberías agujereadas y el continuo roer de algún ratón bajo la estantería que tengo a mi derecha, me despido un día más en espera de nuevas sensaciones.

1 comentario:

  1. Simplemente impresionante....
    Con ese ultimo parrafo me as recordado el dia que empezamos a escriber por primera vez en ethiopia!! Bajo el sonido de una Increible tormenta contra el tejado de metal de aquella primera casa.... Tratando de sortear las goteras..... Dios tio, como te envidio! disfrutalo por todos los que quisieramos volver ok?

    ResponderEliminar