miércoles, 18 de febrero de 2009

14 de febrero

Sobre las 12 me desperté y estuve luchando contra la pereza una media hora mas para ya ponerme a hacer algo útil. Salí de la habitación y un sonido de freír de sartén llego a mis oídos. Entre en la cocina y allí estaba Anette, la simpático filipina- estadounidense preparando un sofrito de carne de vaca con pimiento, cebolla y algo mas que no pude identificar; -Pondré un plato mas en la mesa, las hermanas acaban de matar una vaca y nos han dado algo de carne- me dijo con su gracioso acento americano. Yo, ante tan suculenta oferta y, a pesar de haberme metido entre pecho y espalda un bocadillo de jamón con tomate que mi madre me preparo para el viaje, no pude más que sucumbir. Resulto tener muy buen sabor a pesar del picante y lo poco tierno de la carne; Anette se había ganado por el momento mi titulo personal de cocinera mayor. Durante el banquete, me contó detalles interesantes sobre su ocupación aquí; es enfermera y utiliza sus conocimientos para curar y controlar a los pacientes; además tiene una serie de “proyectos”, como el dar de comer a la gente de la calle un día a la semana y proporcionar soporte económico a un par de familias de Addis, sin embargo, lo que mas me impresiono es que hace tiempo que sus fuentes de ingresos son únicamente las donaciones que consigue de gente como Gerald, familiares y amigos suyos. Una mujer interesante.
Por fin llego el momento de “ponerse a currar”. Me propuse empezar por la zona de los niños con lesión cerebral, que esta situada en un recinto diferente al de los adultos. Tenia curiosidad por ver a los niños a los que tanto tiempo había dedicado hace casi dos anos en la primera vez que estuve aquí. Esa vez vine con otros veinte españoles mas, a petición de las hermanas, para ayudar en la aplicación de una terapia a estos mismos (esta se sigue actualmente aplicando por los voluntarios de la casa y cada mes de Agosto acude otro grupo de españoles a revisarla. Fue una buena iniciativa, la verdad, pues estos pequeños necesitan mucha estimulación que hasta ese momento no recibían).
Nada mas cruzar el portón de entrada, decenas de niños que correteaban por todo el recinto pusieron su mirada en mí y muchos de ellos se acercaron a saludarme, a tocar los botones del reloj que llevaba o simplemente a mirarme más de cerca. Arrastrando literalmente a un par de ellos finalmente conseguí llegar a la “jaula” (lo llamo así cariñosamente, es una sala separada del resto del patio por una verja) en la que se encontraba mi objetivo: los niños con lesión cerebral. Comencé a rastrear la zona en busca de rostros familiares, percibiendo algunos de ellos. No podía acordarme de la mayoría de los nombres, pero puedo decir que estaba Francisco, el pequeño hidrocefálico (fácil identificarle), y un par de niños a los que había tratado mas directamente con Jorge, mi compañero por esos tiempos. Salude por separado a cada uno (unos 20 o 30) y pedí a las cuidadoras que me dieran algún cuenco con arroz (pues era ya la hora de comer y estaban repartiéndolos) para dárselo a quien me dijeran.
Habiendo repartido pacientemente tres “bols” me fui hacia la sección de los adultos para ver si había allí algo que yo pudiera hacer. Mientras caminaba no hacia otra cosa que saludar a etíopes que se encontraban a lo largo del pasillo que conducía hacia mi destino, supongo que por cuestión de mendicidad; -Salam!, Salam!, Denane! (hola, hola, ¿como estas?), no paraba de escucharse. De lejos pude ver a la sister Josafat. Me acerque a ella para preguntarle donde podría ser útil y amarrándome del brazo, me llevo a la “room 3”, donde se alojaban los enfermos de Sida, ya que había uno de ellos que no parecía muy bien. De pronto me encontré frente a un hombre de unos 60 anos que no paraba de jadear haciendo notar un gesto que inconfundiblemente hacia interpretar un profundo dolor en su cuerpo. –Quédate con el, ahora le cambiamos- intervino la sister francesa. Me quede mirándole fijamente poniendo mi mano encima de su pecho, pues pensaba que así podría compartir de mejor manera su dolor. –Vamos allá- interrumpió Josafat, encargándome que cogiera una sabana limpia del armario. En este momento agradecí el haber aprendido a como cambiar fácilmente y molestando lo menos posible a un enfermo que se había hecho sus necesidades en la cama. La extendí a un lado de esta, volteando a este hacia el costado contrario para acto seguido invertir el giro y acaban de meter la sabana.
Habiendo pasado algunos minutos mas allí, Salí hacia las “rooms” 1 y 2, las de los pacientes con malaria, fiebre amarilla y tifus. Pero en mi camino vi una cara conocida; era uno de los trabajadores que conocí la vez anterior. Concretamente éste pasó una mala época coincidiendo con mi estancia, pues esos días fue diagnosticado como seropositivo a raíz, como luego me contó, de un profundo corte que se hizo con un cuchillo infectado. Tras saludarnos paso a enseñarme de cerca cada una de las secciones de la casa; fuimos poco a poco viendo los cuartos de enfermos de poliomielitis, ancianos, amputados… Y acabamos por un largo corredor de habitaciones donde estaban los “TB” (o “TV”, pues por la pronunciación inglesa no se distingue, haciendo pensar de lejos en algún trastorno relacionado con la “caja tonta”), abreviatura con la que identificaban a los tuberculosos.
Siendo ya casi las 6 de la tarde, partimos hacia la casa de este chaval, pues insistió en enseñármela. Nos pusimos de camino y en menos de dos minutos llegamos a una zona con casas como de barro un tanto destartaladas. De pronto se paro –Aquí es- me dijo señalando una puerta que estaba a punto de caerse –Pasa-. Me encontré al entrar con una habitación de no mas de siete metros cuadrados, “amueblada” con dos armarios en la entrada y tres camas dispuestas a modo de U invertida, en las que tres personas conversaban sentados encima. Me senté con ellos y picado por la curiosidad, comencé a hacerles preguntas acerca de su modo de vida; se pueden resumir en lo siguiente: esa habitación era su casa, los tres que vivían en ella eran trabajadores en la casa de las hermanas, donde comían y utilizaban el cuarto de baño. Dos de ellos pagaban su alquiler tocando a 150 Birr mensuales cada uno (cada euro son entre 14 y 15 Birr). El que no pagaba estudiaba “business”, otro de ellos turismo y “mi amigo” no estudiaba. Hablaban ingles bastante bien.
Tras nuestra interesante conversación, salimos a la calle. Era ya de noche y debía ir a comprar agua y algo para el desayuno. Mi amigo insistió en acompañarme. Mientras caminábamos también salieron también interesantes temas –¿Tienes novia?- le pregunte. -No, no puedo- me dijo con gesto de preocupación. –Es por mi enfermedad-. –Pero, ¿qué tiene que ver?- le respondí –Seguro que hay alguna mujer que respete eso, ¿no?- respondí. Mirando al suelo, negó con la cabeza, por lo que comprendí que era el momento de cambiar la conversación. Hice mis compras: agua y galletas es lo que pude encontrar (pretendía comprar también manzanas, pero ¡me pedían 40 Birr por una bolsa de cuatro!), así que una noche mas comería de lo que Gerald me ofreciera.
Rechazando gustosamente mi ofrecimiento de invitarle a algo, mi amigo (pondré el nombre cuando pueda recordarlo) se despidió sonrientemente debajo del marco del portón color azul cielo de la casa de las hermanas y se fue. Ya en la casa de los voluntarios me encontré con Gerald, de quien me di cuenta que gusta mucho el tener largas conversaciones (lo que no me viene nada mal para practicar el ingles). Tras comer de la “aerodinner” que había cogido de la cocina (las aerolíneas etíopes dan bandejas de comida de avión a las misioneras como donativo, de ahí el nombre), comenzamos a contarnos lo que habíamos hecho en el día, además de tocar ciertos temas filosóficos que siempre fomento con gran interés. Una vez exprimidos los temas del día, me di una ducha en la letrina- shower de la calle (por lo menos esta caliente) y me metí en la cama.
La verdad es que el centro de las Misioneras de la Caridad de Addis Ababa esta en muy buenas condiciones teniendo en cuenta las posibilidades del país. Los pacientes, aun ser mas de mil personas diarias, están muy bien atendidos y aseados, y a pesar de no contar con los últimos adelantos en sanidad y confort, tienen medicamentos suficientes y una cama por persona, lo cual no es poco. Además hay agua caliente y WC “no letrina” en la casa de los voluntarios, algo que puede considerarse un lujo en Etiopia. Annette me dice que soy un privilegiado por ser aceptado por las hermanas a dormir en el centro, pues a nadie o casi nadie se lo permiten –¿de dónde te viene el enchufe?- me pregunta, así que sacie su curiosidad contándoselo.
Ya les he dicho a las hermanas que pueden mandarme a cualquier centro donde necesiten mi ayuda. Yo aceptare con gusto estar en cualquier lugar de Etiopia durante estos dos meses, incluso pasarlos íntegros aquí en Addis.

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