jueves, 19 de febrero de 2009

15 de febrero

Al parecer las hermanas están algo preocupadas por unos supuestos robos que están aconteciendo en el centro. Esta mañana vinieron a comprobar como teníamos Gerold y yo la casa de los voluntarios (pues somos sus únicos ocupantes), aterrorizándose al ver que teníamos puertas y ventanas abiertas durante todo el día. Desde entonces impera la ley de “todo cerrado a cal y canto” (la puerta no se puede cerrar con llave pero se deja entornada).
El día comenzó con la misa Dominical, con la que las hermanas hacen una excepción retrasando su comienzo media hora en comparación con los demás días; quizá para dar pie a un pequeño festín de sueno en el día mas importante de la semana. Hoy se celebra la presentación del Señor en el templo, que seguí perfectamente con mi útil y practico misal en ingles.
Tras un buen desayuno de muesli con yogur y plátano, Gerold se marcho a la calle a ayudar a dos niños que actualmente viven en ella. Estos vinieron a la capital hace unos meses con la expectativa de encontrar un buen sueldo “de cuidad”, pero como muchas veces ocurre, la realidad fue mas pesimista que dicha expectativa. Durante unos días estuvieron alojados en casa de las hermanas (desconozco las razones por las que ahora no, quizá porque acabaron el tratamiento de alguna enfermedad que tuvieran), y según me cuenta Gerold, durante la celebración de una reunión que hace dos semanas tuvo la Unión Africana (de la que Addis es sede), fueron llevados a prisión al igual que muchos pobres de la calle, suponemos que debido a una poca ortodoxa manera del gobierno de dar una buena imagen de su país hacia el exterior.
Mi “día laboral” comenzó en la “room 3”, pues quería ir a ver al hombre que ayer tanto jadeaba de sufrimiento. Entre y no vi a nadie en su cama, por lo que me acerque al que se encontraba inmediatamente a mi izquierda y le pregunte: -¿Sabes algo de el?- dije señalando la cama vacía. Este, elevando lentamente el dedo índice hacia el techo respondió: -Ahora esta en el cielo, anoche murió-. Al acabar de escuchar esto note como mi corazón dio un pequeño vuelco. Sabia que esto desgraciadamente no es poco frecuente aquí (tened en cuenta que ahí mas de mil personas alojadas, muchas de ellas gravemente enfermas), pero quizá era demasiado para mi segundo día. Hice mi breve plegaria de silencio y, mirando a los ojos a la persona por la que me había enterado de tal suceso, note como me pedía con gran gesto de dolor que le masajeara sus piernas semiparalizadas. La vida debe continuar, así que me puse a ello. Tras diez minutos de un inexperto pero agradecido masaje, me levante hacia la cama situada junto a la del fallecido, en la que un hombre muy delgado y de pelo canoso esperaba que alguien le acompañara. Me senté junto a el y, después de saludarnos como pudimos, note como un clavo una penetrante frase en mis oídos: -touch me, touch me-, dijo mientras señalaba a sus esqueléticas e inmóviles piernas. Me pareció imposible que me hubiera visto haciendo eso mismo que me estaba pidiendo al paciente anterior, pues estaba con los ojos cerrados (¿casualidad?), aun así comencé a pasar mis manos delicadamente por encima de las vendas que cubrían sus extremidades inferiores. Según lo iba haciendo y cada vez que ampliaba el masaje a una nueva zona, podían percibirse en su rostro profundos gestos de dolor (quizá porque hacia mucho tiempo que esa zona no recibía estimulación alguna), sin embargo, me pidió que no parara –Tomorrow more, please- escuche salir de sus labios cinco minutos después. Asentí amablemente y me despedí de el. Pasando a la siguiente cama me encontré con un enfermo que estaba recibiendo una visita, quizá de un familiar. Nada mas acercarme, el visitante se aparto de un salto, lo que me hizo sentir como un medico o fisioterapeuta en mi revisión rutinaria. Con un gesto le indique que se acercara de nuevo y volví mi cabeza hacia el encamado -¿Cómo estas?-, le dije -Mal, ya soy muy viejo, tengo 63 anos-, respondió como buenamente le dejo su labio carcomido por la lepra –La juventud verdadera no esta en el cuerpo, sino aquí- replique golpeando su cabeza repetidas veces con el dedo. Ambos sonrieron. Viendo que estaba bien acompañado, me fui hacia otro lugar. Me llamo también la atención otro paciente que me pedía insistentemente que le acercara una toalla; se la di y rápidamente comenzó a frotársela por la cara, pudiéndose notar un gran alivio en su gesto. No fue solo una, sino muchas veces a lo largo de esta mañana en las que vi que pequeños detalles provocaban la más sincera sonrisa.
Tras unas cuantas “visitas” mas se hicieron las 12, hora en la que saldría a enviar algunos emails y a por algo para comer. Medio kilo de aguacates, otro medio de tomates y una bolsa de espaguetis no alcanzaron los 20 Birr. Cuando fui a entrar de nuevo en la casa cual fue mi sorpresa cuando me di cuenta que habían cerrado la puerta con candado. No abrirían hasta las 15.30 y todavía quedaba una hora, así que fui a “hacer tiempo” dando un paseo. No di apenas cinco pasos cuando oí una voz a mis espaldas: -Hola, ¿estás donde las misioneras?-. Me di la vuelta y vi un grupo de tres niñas que me miraban muy simpáticamente. –Si, ¿vosotras también?-, respondí –Si, estamos en la zona de los huérfanos-. Me pareció bien acompañarlas a la cafetería donde se dirigían. Después de disfrutar un siempre buen café etiope, llego la hora de irse. Café para 3 personas por 6 Birr hacia que no tuviera mucha excusa para no proponer mi invitación, que aceptaron en la segunda insistencia.
Después de tomar una buena ensalada de tomate con aguacate y queso, marche hacia la zona de los enfermos. Pase casi toda la tarde hablando con David, un chico de unos 36 anos con el que había trabajado dos anos atrás en la casa de las misioneras de Goba, a unos 400 kilómetros de allí. Ya había notado el día anterior que hacia movimientos involuntarios con la cara y las piernas (fruto probablemente de alguna medicación antipsicótica) que no recordaba haber notado cuando le conocí –¿Estas tomando algún medicamento?-, le pregunte –Si, clorpromazina y haloperidol, es que soy esquizofrénico-, me dijo sin ningún miedo de reconocerlo. Seguidamente mi curiosidad fomento que tuviéramos una larga conversación sobre los detalles de su enfermedad. El en todo momento se sintió bastante cómodo hablando de ello; quizá se definía a si mismo como “loco” con demasiada normalidad, algo quizá no muy positivo para una buena rehabilitación, sin embargo, era notable su alto nivel de inteligencia y memoria, recordando datos prácticamente imposibles para la población media. Terminamos nuestro encuentro con una pequeña pero productiva clase de amarina, conmigo evidentemente como alumno. No perdí detalle de ella, pues quiero aprender a manejarme mínimamente con este curioso idioma.
Tras un rato de oración en la capilla con el Santísimo expuesto (todas las misioneras del mundo exponen el cuerpo de Cristo en el altar todas las tardes durante una hora, en la que rezan el rosario y entonan diferentes cantos; es una experiencia digna de no perderse), salí a la calle, cámara de video en mano, con la intención de filmar discretamente por las calles de Addis Ababa. Finalmente no tuve mucho éxito, pero aproveche para comprar unas empanadillas de lentejas (muy típicas aquí) para la cena. Costaron 1,5 Birr cada una.
Llegue a cas y allí estaba Gerald, que comió una de mis empanadillas con mucho placer. Como era de prever, compartimos un largo e intensivo rato de conversación acerca de todo tipo de temas. Me contó entre otras muchas cosas que estaba pensando en comprar un taxi (35.000 Birr) a un etiope al que estaba ayudando a “salir de la miseria”, para que pudiera ganarse la vida de algún modo.
Alcanzamos finalmente el momento actual, en el que mientras escribo me debato entre si dedicar seguidamente un tiempo a leer neuropsicología o definitivamente sucumbir a los encantos del saco de dormir. Probablemente será esto último.

1 comentario:

  1. gran dia... parece que ya te mueves por esa ciudad como si estuvieras x malasaña... jejeje

    tito

    ResponderEliminar