jueves, 19 de febrero de 2009

16 de febrero

Después de la misa y el desayuno fui directamente al “room 3” para hacer la visita rutinaria a los que ya empezaban a ser “mis enfermos”. Fue en ese mismo cuarto donde después tuve una conversación muy agradable con unos chicos que estaban temporalmente alojados durante el tiempo que durara su tratamiento. Uno de ellos hablaba algo de ingles y se empeñaba en ampliar mis conocimientos de amarina a la vez que actuaba de interprete de un amigo suyo que quería comentarme algo importante para el. Según me contó, llego a Addis hace un tiempo en busca del sueno de tener un empleo y una vida en la capital, sin embargo, este se torno pesadilla y acabo viviendo en la calle hasta infectarse de tuberculosis, momento en que fue acogido por las hermanas. Al parecer este viernes acaba el tratamiento, quedándose nuevamente en la calle, pues no tiene dinero necesario para pagar el transporte hacia su ciudad, situada a 400 kilómetros de allí. En definitiva, estaba esperando que yo le ayudara dándole 75 Birr (unos 5 euros) para financiarse el autobús. No es que fuera una gran cantidad para mi, pero no quería infringir en principio la regla que tienen las hermanas de no dar nada a los enfermos, por lo que le dije que esperara hasta el propio Viernes. También el improvisado intérprete tenía su historia que contar: hace unos anos se cayó de un árbol, perdiendo con ello gran movilidad en el tronco. Fácilmente puede verse como su columna vertebral esta totalmente deteriorada, sin embargo, me contó que uno de los doctores que atendía a la gente de la casa le llevaría a Estados Unidos a ser operado.
Seguí mi ruta por la zona de los niños, en la que tuve experiencias del todo gratificantes: estaba dentro de uno de las aulas donde dan clase cuando de pronto esta comenzó. El profesor fue uno a uno sacando a todos los niños a bailar y cantar canciones típicas. Los niños tendrían entre 5 y 10 anos de edad y debo decir que el que menos tiene mas ritmo que nadie que yo conozca; fue realmente espectacular.
Ya en el turno de la tarde, después de mi ensalada y de haber tenido un rato de conversación con unas voluntarias italianas, fui nuevamente donde las “rooms”. Nada más llegar me encontré que sister Josafat estaba en frente del número 1, repartiendo las medicinas correspondientes a cada paciente, como hacia cada día. Me acerque y aproveche para preguntarle si necesitaba mi ayuda para cualquier cosa –Ve a la tres y ayuda a comer-, me dijo. Empezaba a parecer que algo había entre mi destino y esa habitación, pues por unas o por otras siempre acababa allí. Tras dar lo mejor de mi para que uno de ellos acabara su plato de lentejas con inyeera (una especial de crepe gigante muy esponjoso y de sabor fuerte con el que acompañan todas las comidas del día), partí hacia el “room 4”. Aquí me llamo mucho la atención un hombre cuyo cuerpo bien podía describirse como “esqueleto apenas rodeado de carne” debido a su extrema delgadez. Se encontraba acompañado de una gran manada de moscas y su cara de moribundo me alarmo. Como tampoco tenia ni suero ni alimento por ningún lado, acudí rápidamente a preguntar a la sister si se podía hacer algo por el –Parece muy débil, ¿le darías con paciencia esta bolsa de leche?-, me pidió ella, a lo que asentí. Después de media de esa bolsa era notable que pareciera otra persona, a juzgar por el gesto y el color de su cara y sus ya parpadeantes ojos.
Al salir de allí me encontré con Gerold, que precisamente venia a avisarme de que en poco tiempo saldríamos a la calle a repartir comida a los que tenían a esta por casa. Este es uno de los “proyectos” impulsados por Anette hace tiempo al que Gerald y ella dedican todas las tardes de los lunes. Llegadas las 18.30, y tras conseguir el permiso de las hermanas para volver un poco mas tarde de lo habitual, salimos en taxi con cientos de bolsitas de Inyeera en busca de “homeless” (el taxista también colaboraba en la operación). Realmente esta fue una experiencia cuanto menos increíble y difícil de encontrar poco satisfactoria. Cada uno tenia preparadas en las manos unas cuantas de esas “bolsitas” para, cuando el conductor parara en puntos clave (donde había mas concentración de “tiendas de campana”, si se las puede llamar así, pues eran cartones o sacos), salir raudos a comenzar la distribución, pues si lo hacíamos lentamente, la gente comenzaba a apelotonarse, resultando imposible discriminar quien puede ser el mas necesitado.
Una vez acabada tal operación logística “antihambre”, que todos valoramos como muy gratificante (a mi por momentos se me encogía el pecho cuando imaginaba la desbordante alegría de toda esa gente cuando tenia ya esa bolsa de simple comida en sus manos), decidimos ir a picar algo a algún bar de allí cerca. Personalmente no me pareció que eso fuera lo ideal después de haber hecho tal cosa, pero el caso es que Gerald se empeñó en invitarnos a un plato de carne de cabra con el acompañamiento de unas frías cervezas para, según decía, celebrar su cumpleaños acontecido 6 meses atrás (sobran preguntas). Ya a las 20.20, cuando llegamos al centro y habiendo despedido antes a Anette (ella se alojaba en hotel), decidimos el viejo irlandés y yo pasar un rato mas (hasta las 9 que sacan a los perros) en la “room 1” acompañando a los enfermos, que se encontraban despiertos en la cama.
Por fin regresamos a nuestra casa, ciertamente algo cansados pero no lo suficiente para tener una de nuestras ya habituales largas conversaciones, que se prolongo hasta que Gerald decidió irse a la cama, quedándome yo un rato mas con mi compañero de noche: mi cuaderno.

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